A lo que el cielo no pudo esperar
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194
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—La próxima vez que vengan va a estar más lindo —dice Javier. Tiene 21
años, el pelo ondulado, una barba incipiente, y un brillo en la mirada. Lleva
una remera del Indio Solari; lo va a ver cada vez que puede, como a su otra
pasión: Almirante Brown. Tiene un pantalón corto negro que dice CJS, la forma
en que suele identificarse a Callejeros.
Javier es de La Matanza. Todos los días se toma el bondi a metros del
santuario de Cromañon, así que pasa. Le da lástima como está. Ya no va nadie,
dice. Nadie lo cuida. Así que se llevó una pala y un machete para limpiarlo.
Para sacarle la maleza.
Tenía 12 años cuando ocurrió la tragedia de Cromañón. Él no fue. No estuvo en ese recital porque
días atrás ya había ido a verlos. Desde los
10 años seguía a Callejeros; por lo general
iba con Lucas, su mejor amigo. Vivian juntos. A los recitales, a todos
lados juntos. Cuando habla de él sus ojos marrones se iluminan
más.
Hoy Javier tiene tatuada en su pierna derecha la palabra Callejeros junto
con las zapatillas colgando, en amarillo y negro, y el nombre de su amigo abajo.
El 15 por ciento de los muertos esa noche no había cumplido aún los 16 años;
el 20, no llegaba a la mayoría de edad.
Lucas Gabriel Pérez figura como la victima 139, tenía 12 años. Era
hincha de boca y estudiaba en el
Instituto Buenos Aires, de Isidro Casanova. La causa de su muerte: asfixia. Su foto en el santuario
muestra un chico con una sonrisa tímida, una mirada decidida, gorra blanca y
remera amarilla.
"No
me dejaron verlo. Me dieron una bolsa con un cuerpo que, me dijeron, era mi
hijo. Lo busqué dos días. Recorrí todos los hospitales", recordaba ante La
Nación, un año después de la tragedia, Hilda Alvarado, madre de Lucas.
El 1
de noviembre Lucas hubiera cumplido 21 años. No recibió los saludos, a
diferencia de muchas otras víctimas, con un cartel colgado en el santuario sino
en las redes sociales. Javier en su cuenta de Facebook le deseaba un feliz
cumpleaños lamentando no poder decírselo “en la cara” pero “más allá del dolor, tengo toda la paz del mundo al saber
que todo lo que hago, todo, te pido opinión, consejo o simplemente una señal
para ver si está bien o mal…te extraño tanto corcho, pero bueno, sé que un día
nos vamos a encontrar y vamos a ser lo que supimos ser…”
La noche del 30 de diciembre la calle Bartolomé Mitre se vio
repleta de gente. Corriendo los que podían, arrastrándose otros. Ante la
lentitud de los sistemas, muchos chicos que pudieron salir esa noche volvieron
a entrar para sacar gente, arriesgando su vida. Se calcula casi la mitad de las muertes de esa noche fueron
chicos que ingresaron nuevamente al boliche.
El santuario se divide en dos partes y en muchas historias. La primera de
estas partes está sobre Bartolomé Mitre, en la esquina con Ecuador, a unos 50 metros
del boliche. Una cruz y una estrella de David se levantan en la entrada de “El santuario de nuestros ángeles
del rock” junto a unos banquitos desde donde se puede ver este homenaje hecho
por familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón.
Un reloj de pared marca las 7.30 aunque sean las 16hs. Antes tuvo sus
agujas pegadas con cintas en las 22.50, hora en que el 30 de diciembre de 2004,
se desataba el incendio, consumiendo así
el futuro de 194 personas. Ahí están sus rostros, en una gran galería fotográfica
que los inmortaliza en la memoria. Quizá uno de los objetos más significativos
sean las zapatillas, que ya no tienen el color que tenían, que hace casi 9 años
están colgadas ahí.
Los pedidos de justicia se hacen presentes con stickers, banderas y recortes de diarios. El santuario señala con
el dedo a Aníbal Ibarra, el entonces intendente de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires y Omar Chabán, el gerente de Cromañón, quien fue detenido en diciembre
pasado.
La segunda parte del Santuario está cruzando la calle, dedicado “A lo que
el cielo no pudo esperar”. Ahí las fotos están llenas de hollín, por el paso de
los autos. Un nylon busca protegerlas inútilmente de la lluvia; hay masetas sin
flores ni tierra. Un cartel pide que no se orine ni se ensucie este lugar: lo
primero, en apariencia, no pasa; lo segundo, sí. Botellas, plásticos, papeles,
folletos pueblan el suelo. A eso se le suman los yuyos y un pastizal que
nace entre las piedras.
Ahí, entre medio de ese olvido, a los pibes se los recuerda. “No permitas que olvidemos tu voz, ni tu
sonrisa, ni tus abrazos de oso…” le escribió su familia a Leandro Schipak, un
joven de 24 años, para el quinto aniversario de la tragedia. Dani le
escribe en cursiva a Tefi “es mi
estrella, mi Dios, mi razón” citando a Callejeros; abajo, Juan, el 1 de julio
de éste año, le escribe que siempre va a estar en su corazón. A Abel, alguien en una larga carta dice que lo
extraña. Es Sandra, su hermana, que dice estar orgullosa de él, y que sólo
espera soñarlo para así compartir unos instantes juntos. Para recordar a Seba,
Kari escribió junto a su foto “En mi corazón Gallina y Ricotero vivirá la
sonrisa de un bostero”. A Diego Reinaldo Maggio le escribe su hermano menor, contándole
de los nervios de esa noche, la desesperación por no saber nada de él, de
imaginarse lo peor y que finalmente sea lo peor. Las palabras se repiten, el
dolor de todos es el mismo.
Para Javier “no hay justicia, quienes están presos son ‘perejiles’. Entre
ellos, Callejeros.” Como muchos, él cree en la inocencia de la banda. Este
hincha de La Fragata también se pone la albinegra en defensa de los músicos,
esa camiseta que reza “Justicia, Callejeros Inocentes” al igual que un gran
número de artistas y referentes de nuestro país como Adriana Varela, Martin
Palermo, Víctor Hugo Morales, Carlitos Tevez, León Gieco y Estela de Carlotto.
La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo tiene un nieto involucrado de
forma más directa. Es Juano Falcone, músico de Casi Justicia Social, la banda
encabezada por el Pato Fontanet luego de la disolución de Callejeros. Falcone
se convirtió en una especie de vocero de la causa. Tras la detención de
Patricio y el resto de los miembros de Callejeros, comenzó, junto a sus
compañeros y con otros militantes para pedir por la libertad de Callejeros.
Las responsabilidades
En la parte superior del boliche, hay una placa metálica, donde se lee
Bartolomé Mitre al 3066.
LOCAL DE BAILE
CLASE “C” DE LAGARTO S.A
B MITRE 3060
La propiedad estaba a
nombre Nueva Zarelux, dueña, además, del hotel
Central Park, pegado al boliche. La habilitación para usar el local está a
nombre de Lagarto S.A, sociedad que le alquiló a Chabán el boliche. Detrás de
este entramado de empresas están Raúl
Vengrover y Rafael Levy, los verdaderos dueños del boliche, este último
condenado a cuatro años y medio de cárcel.
Hoy
Cromañón es un gigante de verde y rosa. Arriba se viste de negro y no es
pintura. Unos chicos de unos 10 años juegan a la pelota en la puerta que hace
las veces de arco. Las fajas de clausura se gastaron con el paso del tiempo
aunque deberían haber estado mucho antes. La habilitación de Lagarto S.A se
vencía una semana después de la tragedia, sin embargo, para los peritos el
local “tendría que haber sido clausurado porque el material de su techo era altamente
combustible”.
Otra
de las razones por la que Cromañón debería haber estado cerrado es por el
exceso de público. 1.037 era la capacidad permitida.
Ese número se triplicó. La noche en que ocurrió el incendio había más de
tres mil personas. Según El Movimiento Cromañón, que nuclea familiares y sobrevivientes, la
policía recibía cien pesos por cada quinientas personas extra que se permitía
ingresar.
Pero
Cromañón no era el único lugar en estas condiciones. Así lo demuestra el “Efecto
Cromañón” : según una nota publicada por Juano Falcone donde señala que
“durante el 2005 las clausuras se multiplicaron y la cantidad de boliches
funcionando se redujo considerablemente: en mayo de ese año había 55, en
diciembre, 67. Una porción mínima de los más de 200 que funcionaban a fines de
2004. Las clausuras, sólo en el rubro boliches, ascendieron a 370”.
La situación de Callejeros
En el 2009 se absuelve a Callejeros. Sin embargo, la Justicia tenía que encontrar responsables para calmar a la opinión pública (principalmente a los padres que están en contra de la banda) y el 17 de octubre del 2012 la Cámara Federal de Casación Penal emitió un dictamen contra de Callejeros, declarándolos culpables del incendio ocurrido el 30 de diciembre del 2004 en el boliche Cromañón, bajo una condena de 5 a 7 años de prisión. “Solo por tocar”, dice Javier.
“Un
procesado debe tener 2 instancias condenatorias para que se ejecute la pena, no
una. Ellos tienen una absolución y una condena” explica en simple palabras el famoso
“doble conforme” Juano Falcone. “Por eso nosotros decimos que la prisión en
esta instancia es inconstitucional, ni siquiera estamos nosotros saliendo a
poder discutir la inocencia y el pedido de absolución, estamos pidiendo que el próximo tribunal que los
tenga que juzgar los haga con ellos en libertad” dice el nieto de Estela.
Para Falcone, la
justicia se encuentra con un problema mucho mayor si Callejeros es inocente
“porque realmente lo que falló para que Cromañón estuviera abierto fue todo un
engranaje con el que el sistema trabaja, convive y sigue fallando hasta el día
de hoy”.
Sin embargo, el
panorama de Callejeros se ve hoy por hoy mucho más claro. Carlos Casal,
procurador fiscal ante la Corte, presentó 14 dictámenes para que se revise el
falló contra la banda, donde se pide que se suspenda la ejecución de pena (osea
que los músicos queden en libertad) hasta que no haya un falló firme. Falta
ahora la opinión definitiva de la Justicia.
Este 20, se va a llevar
a cabo un masivo abrazo a Tribunales a un año de la prisión de la banda, pero
el hecho no va a quedar ahí. Hay en el país más de 20 movilizaciones simultáneas,
para pedir por la libertad de Callejeros y por una verdadera justicia por
Cromañon.
Para Javier “es más fácil culpar a los que están abajo que a los que están
arriba. Contra el poder no podés.” Para él, necesitaban un preso, alguien que
pague, y ahí está Callejeros. Algo que cuesta entender, dice y con razón, que
“una persona que canta, que toca la guitarra, no mata a 194 personas”.
Santuario Cromañon, un álbum en Flickr.
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