Nota y fotos: Inka von Linden
Como broche de oro de la banda viajera, cumplimos con el “plan A” inicial: el Cajón
del Azul. Fue una caminata de cuentos de hadas: bordeamos el
río Azul, atravesando bosques de cipreses, alerces y arrayanes, y algunos valles cubiertos por flores y prado. El color
y la transparencia de ese río nos impresionaron por su intensidad.
Luego de 3 horas de recorrer declives, cuestas y
extensas partes planas llegamos al Cajón del Azul: un cañadón cuyo ancho
varia de acuerdo a la altura del recorrido, de 40 metros de profundidad, dentro
del cual se “encajona” el río Azul.


El paisaje
que conforma este río azulado, contenido por paredes de piedra y
decorado por algunos árboles y vegetación autóctona ¡es imperdible! Fue la
mejor despedida de El Bolsón y de la banda, que se dividió para tomar diversos
rumbos. Magui y Cifo se fueron a Bariloche, y el Sr. Atlántico y la Srta
Scout a San Martín de los Andes. ¿Y qué
destino podía elegir la mochilera principiante? El recorrido de los 7 lagos, por
supuesto.
Según el diccionario viajero, se denomina “Camino
de los Siete Lagos” a un tramo de la Ruta Nacional 40
en la provincia de Neuquén,
que se ha convertido en el folklore mochilero del sur argentino. Este camino une las
localidades de San Martín de los
Andes y Villa La Angostura
y pasa por los lagos Lácar, Machónico, Falkner, Villarino, Correntoso, Espejo y Meliquina. ¡Uno más lindo que el otro! Además
de estos siete, hay otros lagos dentro del recorrido como los Hermoso, Escondido y Traful.
Y así comenzó una segunda etapa del viaje,
acompañada por mi fiel amiga Jele. De la “banda viajera”, pasamos a ser “las
alemanas”. Tomamos como punto de partida Villa la Angostura y fuimos subiendo en colectivo. Primero acampamos dos noches en el lago Correntoso.
Era un camping agreste, algo alejado de la ruta, llamado casualmente “Siete
lagos”. Un hermoso lugar, tranquilo, donde se podía descansar y escuchar la
naturaleza. Un combo que valía 60 pesos el día y es altamente recomendado para
compartir en familia.
Guiadas por los comentarios de otros viajeros, elegimos
como siguiente destino el Lago Espejo Chico. ¿Cómo explicar un lugar tan
parecido al paraíso? El lago era verdoso cristalino, y estaba rodeado de bosque
por un lado y de playas de arena blanca por el otro.
El camping agreste estaba a 2 Km de la ruta y valía
50 pesos el día. Las carpas se disponían conformando un gran círculo alrededor
del fogón principal que estaba ubicado en el centro. Algunas se encontraban
bordeando el lago y otras arrimadas al bosque. Un contraste total con el
camping anterior: a todas horas había lío (música, guitarreada, charlas y risas),
estaba repleto de grupos de jóvenes y definitivamente no era un lugar para
relajarse en familia.
Llegamos
como a las diez de la noche. Error de mochilera principiante, porque en
la oscuridad es difícil encontrar un buen lugar y armar la carpa. Desde el
primer momento se percibía en el ambiente una energía positiva, de ritmo y movimiento. Era tal la amabilidad
de los acampantes, que cuando nos pusimos
a dar vueltas para buscar un lugar, unos chicos nos ofrecieron un sándwich de lomito y otros nos invitaron a
una guitarreada en uno de los fogones. Cuando ya nos parecía demasiada cortesía,
al momento de armar la carpa, apareció nuestro vecino con su linterna para
ayudarnos. A las once ya teníamos carpa, comida y fogón.
Más tarde se armó la gran fogata con guitarreada.
Un grupo viajero conformado por 13 muchachos (si ¡13!) de Coronel Suarez, se
jactaban de ser los dueños del fogón, porque habían traído toda la leña. Eran el alma de la fiesta del camping.
El repertorio musical fue amplísimo, pasamos de
cantar- y hasta bailar- el reggaeton “Lo que pasó, pasó” a gritar el “Lamento
boliviano” de los Enanitos y también susurrar “Yo no se lo que me pasa” de los
Auténticos.
Entre cantos y gritos apareció de pronto uno de los chicos de
Coronel Suarez que se había ido a cambiar. Estaba vestido de pies a cabeza con
un traje aterciopelado de tigre -sí, de tigre- y no pude resistirme:
-Qué hacés así disfrazado
-No es un disfraz, es mi pijama- contestó muy
serio.
El enterito era tan mullido y calentito, que no
necesitaba la bolsa de dormir. ¡Un gorrito con orejas y hasta cola tenía! Hay
que reconocer que era bastante práctico, quizás una buena opción para el
próximo campamento. Lo voy a tener en cuenta, y ustedes?
Continuará con la llegada de los mochi-chetos y cupido en acción en el fogón, ¡imperdible!
Notas anteriores: Epuyén
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